El gobierno de Ignacio “Nacho” Torres prometió un bono educativo de $150.000 en dos pagos. Sonaba como un gesto que podía dar algo de aire en medio de la crisis, pero lo que llegó a los bolsillos fue apenas $28.800. Una cifra irrisoria que generó más bronca que alivio, y que desnuda la distancia entre las promesas de campaña y la realidad cotidiana de la educación pública en Chubut.
La indignación no tardó en explotar en redes sociales. Una docente compartió su recibo de sueldo, donde figura el pago del bono con un “neto a pagar” de $28.800, acompañado de un comentario crítico hacia el gobierno provincial. La publicación se viralizó y se transformó en prueba palpable de lo que hasta ese momento parecía solo un rumor: la promesa de los $150.000 se desinfló en cifras miserables.
Durante meses, Torres se mostró como el gran defensor de la educación: recordó que su madre fue docente jubilada, habló de “poner en valor” las aulas y hasta juró que la provincia recuperaría su dignidad a través de la inversión escolar. Pero los hechos contradicen el relato. En lugar de sueldos dignos y paritarias serias, los docentes y auxiliares recibieron un bono que no compensa la inflación ni alcanza para cubrir la canasta básica. Una promesa que parecía importante terminó convertida en un gesto simbólico vacío, más útil para un spot de campaña que para resolver la emergencia.
Mientras el gobernador sonríe en conferencias de prensa y graba discursos motivacionales, las escuelas de Chubut siguen mostrando techos que se llueven, aulas heladas y paredes que se caen a pedazos. Los docentes hacen malabares para sostener la educación con tiza, trapo y vocación. La paradoja es brutal: desde el despacho climatizado todo parece perfecto, pero en el aula real la precariedad es moneda corriente. Y el famoso “bono educativo” no hace más que profundizar la sensación de abandono.
Según la comunicación oficial, el bono iba a ser remunerativo, lo que implicaba aportes y un beneficio formal. Incluso se habló de usar ahorros del autoseguro provincial para destinar más de $14 mil millones anuales al sistema escolar. Se anunciaron bonos de hasta $200.000 para docentes y $150.000 para auxiliares, con condiciones según la asistencia. Pero la letra chica se impuso: los montos se redujeron, las condiciones no quedaron claras y lo que finalmente se depositó en muchas cuentas fue apenas una fracción de lo prometido. El recibo difundido por la docente —$28.800— dejó en evidencia el contraste entre el anuncio rimbombante y la realidad de bolsillo.
Es cierto que Torres en su momento cumplió con el gesto de donar su primer año de salario a las escuelas provinciales. Pero la política no se mide en actos aislados, sino en continuidad. Y ahí es donde la gestión muestra su verdadero rostro: ajuste, parches y marketing político. Los gremios educativos reconocieron que “un bono siempre es mejor que nada”, pero al mismo tiempo remarcaron que no alcanza ni de cerca para compensar años de desinversión. La frase lo resume todo: es una aspirina frente a una enfermedad crónica.
Este bono no es un premio ni un reconocimiento: es una cachetada disfrazada de agradecimiento, un recordatorio de que para el gobierno de Torres la educación es apenas una excusa para la foto y el titular complaciente. Mientras los docentes cuentan monedas, los auxiliares sostienen la limpieza con recursos mínimos y los pibes estudian en edificios arruinados, el gobernador sonríe. Una sonrisa que, lejos de transmitir confianza, se parece demasiado a una burla.
Si la educación es el futuro, el mensaje de este bono es claro: ese futuro, en Chubut, vale menos que una promesa rota.